lunes, 20 de febrero de 2012
miércoles, 1 de febrero de 2012
martes, 1 de noviembre de 2011
En el interior de todo ser humano existe un anhelo. Somos nuestro deseo. El deseo se manifiesta de diversas formas, pero aún cuando alguna de sus manifestaciónes arrastre al individuo a oscuras zonas de la experiencia humana, siempre es un motor. Es, de hecho, el único motor. La sed o el anhelo, es siempre en última instancia la sed por lo trascendente. La necesidad de éxtasis, que en su etimología quiere decir "ser sacado se sí" es una de las necesidades emocionales y espirituales del ser humano. Los únicos que no tienen esa necesidad de éxtasis son los bebés. Ellos, al no tener dividido al mundo entre éste y ellos mismos, habitan desde si mismos el todo. Todo es ellos, por lo tanto no tiene sentido el concepto de "ser sacado de sí". Pero en la medida que crecemos nos parapetamos en la autoafirmación. Primero desde una autoafirmación que en realidad no es propia, sino impuesta por las reglas familiares, sociales y religiosas; luego lo hacemos desde una autoafirmación basada en nuestros propios hallazgos y deducciones, que si bien tienen la validez de haber sido adquiridas desde la experiencia, también por ser la experiencia algo que pertenece al pasado, muchas veces ésta es incapaz de aprehender el presente, que la excede por ser siempre nuevo. La autoafirmación es sustento de nuestra forma, es parte de lo que nos permite ser y ser individualmente, pero a su vez, también es frontera frente al resto de la realidad y límite a nuestro crecimiento. En su dimensión de limite, la autoafirmación lleva en sí el anhelo extático, da luz a la necesidad de salir fuera de si, a la búsqueda de la trascendencia. Las tradiciones religiosas han buscado responder a ese anhelo. Son temas recurrentes en ellas la sed, el deseo, la falta, el peregrinar. De alguna manera ponen al ser humano en relación con su propio "todavía no". Pero aunque los maestros en primera persona, o según lo que los narradores que tuvieron experiencia de ellos, hablan de esto, el tiempo permite la conformación de una superestructura que pretende sistematizar la experiencia, tal vez en un afán de hacerla asequible al resto. Si las tradiciones religiosas no dan la experiencia, esto se debe a dos razones. La primera que existe una confusión entre lo que significa éxtasis en cuanto a salir fuera de si mismo, uno de cuyos sentidos podría ser incluso salir hacia el otro, y salir de la percepción sensorial habitual para tener otras sensaciones. Y la otra es que la misma superestructura religiosa no permite, o aparenta no hacerlo, la libertad de movimientos necesarias para hacer lugar al meandroso devenir de la experiencia espiritual. Pero como la necesidad de éxtasis está allí y la sed no se calma, el hombre sale a buscarla donde y como pueda. Condenar sistematicamente a los sucedáneos de la experiencia espiritual, en vez de poner la luz en la propia falta de capacidad de las tradiciones religiosas de poner en contacto al ser humano con su propia sed, es un camino destinado a fracasar. Despertar la sed, y animar a otros a saciarse es lo único posible.
viernes, 25 de marzo de 2011
La Ley es el fallo del amor.
El amor no tiene garantías.
El escándalo no es fruto del amor
La Ley es el miedo al amor
El amor es la ley del Espíritu
El Cristo es la Palabra de Dios dicha al hombre.
El Cristo es la regla de medida de las cosas
El Espíritu da la Vida a la Palabra
El Espíritu habla al corazón
La Palabra lo transforma
La Palabra divide y no divide
El Espíritu une
La Palabra no busca la razón
El Espíritu la ennoblece
Le quita su ansia de dominio
El espíritu conoce al Espíritu
La razón no conoce la Palabra
La Palabra por el Espíritu
es lo Posible
El amor no tiene garantías.
El escándalo no es fruto del amor
La Ley es el miedo al amor
El amor es la ley del Espíritu
El Cristo es la Palabra de Dios dicha al hombre.
El Cristo es la regla de medida de las cosas
El Espíritu da la Vida a la Palabra
El Espíritu habla al corazón
La Palabra lo transforma
La Palabra divide y no divide
El Espíritu une
La Palabra no busca la razón
El Espíritu la ennoblece
Le quita su ansia de dominio
El espíritu conoce al Espíritu
La razón no conoce la Palabra
La Palabra por el Espíritu
es lo Posible
jueves, 10 de marzo de 2011
Pablo Sebastián
Miércoles de Cenizas. Conviértete y cree en el Evangelio.
No era el templo habitual al que concurro. Sin embargo, había ido un par de veces lo que me permitía ver que la concurrencia era más nutrida que lo habitual. Probablemente el doble de gente que los domingos. Luego de la homilía, cuando llegó el momento de la imposición de las cenizas, me llamó la atención que era la primera vez que tuve registro de ver toda la asamblea yendo hacia el altar. Nadie quedó afuera. Las cenizas eran para todos.
Unos minutos antes del saludo de la paz, alguien entró a la iglesia y se paró en el banco delante mío. Un indigente que estaba en un estado deplorable. Comenzo a vivar al sacerdote, no estoy muy seguro si sabía donde se encontraba ni si sabía el nombre del celebrante pero gritaba "Luis, Luis!!". Esto me produjo una sensación bastante extraña porque Luis es mi nombre. En el saludo de la paz le tomé las manos y lo miré. Balbuceó algo como que se drogaba y que había pasado por muchas cosas en la vida. La incomodidad de la feligresía circundante era notable.
Cuando llego el momento de comulgar me pregunté si debía ir con él al altar a comulgar. Invitarlo. Sería apropiado? Seguramente no se había confesado. Riesgo de sacrilegio? Que dicen las normativas en estos casos? Tomé la resolución de ir a buscarlo y acercarnos juntos al altar. Al principio me miró con desconfianza. Me dijo que yo era malo y no entendía si yo lo estaba provocando. Pero accedió y allí fuimos. Supuse que el sacerdote tendría que resolver la cuestión y no sabía cual sería el resultado. Finalmente nos dio la Comunión a los dos. Nos retiramos y nos abrazamos. Yo lloraba. Lloré hasta terminar la Misa, no pude parar. Y el aluvión de pensamientos y sensaciones, la imposibilidad completa de significar lo que acababa de ocurrir me superó. Todavía lo hace.
La homilía hablaba de no ostentar y recogerse en lo secreto frente al Señor. No desfigurar la cara para mostrar el ayuno. No estoy seguro de que hice yo. Me sentí impulsado a abrazarlo y llorar en su hombro. Me pregunté que me diferenciaba de él en el corazón. Tal vez él es un posible futuro mío? Seguramente parte de su estado se deba a malas decisiones propias. El es victima? Victimario de si mismo? Es relevante todo esto? Era relevante que no se hubiera confesado? La Comunión es para todos? Especialmente para los más heridos me pareció en ese momento.
No somos todos heridos? Este hombre -me costó entender que atrás de los ojos cerrados y casi tuerto, atrás del mal olor y la suciedad y los dientes rotos había un hombre- no era igual a mi?
Mi contacto con él tal vez solo fue tangencial. Quizás una vez más el dio y yo recibí. Pablo Sebastián es su nombre. No se donde pasó la noche.
No era el templo habitual al que concurro. Sin embargo, había ido un par de veces lo que me permitía ver que la concurrencia era más nutrida que lo habitual. Probablemente el doble de gente que los domingos. Luego de la homilía, cuando llegó el momento de la imposición de las cenizas, me llamó la atención que era la primera vez que tuve registro de ver toda la asamblea yendo hacia el altar. Nadie quedó afuera. Las cenizas eran para todos.
Unos minutos antes del saludo de la paz, alguien entró a la iglesia y se paró en el banco delante mío. Un indigente que estaba en un estado deplorable. Comenzo a vivar al sacerdote, no estoy muy seguro si sabía donde se encontraba ni si sabía el nombre del celebrante pero gritaba "Luis, Luis!!". Esto me produjo una sensación bastante extraña porque Luis es mi nombre. En el saludo de la paz le tomé las manos y lo miré. Balbuceó algo como que se drogaba y que había pasado por muchas cosas en la vida. La incomodidad de la feligresía circundante era notable.
Cuando llego el momento de comulgar me pregunté si debía ir con él al altar a comulgar. Invitarlo. Sería apropiado? Seguramente no se había confesado. Riesgo de sacrilegio? Que dicen las normativas en estos casos? Tomé la resolución de ir a buscarlo y acercarnos juntos al altar. Al principio me miró con desconfianza. Me dijo que yo era malo y no entendía si yo lo estaba provocando. Pero accedió y allí fuimos. Supuse que el sacerdote tendría que resolver la cuestión y no sabía cual sería el resultado. Finalmente nos dio la Comunión a los dos. Nos retiramos y nos abrazamos. Yo lloraba. Lloré hasta terminar la Misa, no pude parar. Y el aluvión de pensamientos y sensaciones, la imposibilidad completa de significar lo que acababa de ocurrir me superó. Todavía lo hace.
La homilía hablaba de no ostentar y recogerse en lo secreto frente al Señor. No desfigurar la cara para mostrar el ayuno. No estoy seguro de que hice yo. Me sentí impulsado a abrazarlo y llorar en su hombro. Me pregunté que me diferenciaba de él en el corazón. Tal vez él es un posible futuro mío? Seguramente parte de su estado se deba a malas decisiones propias. El es victima? Victimario de si mismo? Es relevante todo esto? Era relevante que no se hubiera confesado? La Comunión es para todos? Especialmente para los más heridos me pareció en ese momento.
No somos todos heridos? Este hombre -me costó entender que atrás de los ojos cerrados y casi tuerto, atrás del mal olor y la suciedad y los dientes rotos había un hombre- no era igual a mi?
Mi contacto con él tal vez solo fue tangencial. Quizás una vez más el dio y yo recibí. Pablo Sebastián es su nombre. No se donde pasó la noche.
sábado, 18 de diciembre de 2010
En una charla amena ayer con un amigo estábamos hablando del éxito que tienen las iglesias evangélicas en el mundo. Aún las que tienen propuestas abiertamente sectarias y que logran de sus fieles una sumisión y entrega considerable. En ese momento comprendí algo en lo que vengo dando vueltas hace un tiempo y que tiene que ver con la aparente restauración que está apareciendo en la Iglesia y sus resultados.
Cuando el Concilio Vaticano decidió "abrir las ventanas" para dejar entrar un poco de aire fresco en la Iglesia, la propuesta tenía que ver con dejar pasar al Espíritu; atreverse a salir un poco de los rígidos marcos legalistas. Hacer una apuesta por escuchar lo que el mundo tiene para decirle a la Iglesia y no solamente lo que ésta tenía para decirle al mundo. Como dijo un amigo es la primera vez que la Iglesia hace una "antropología religiosa". Pone al hombre en el centro. Lo mira y le pregunta queriendo escuchar su propia y libre respuesta. De ahí el lugar que empieza a tomar la libertad y la conciencia. No en el sentido de erigirse en ley propia sino entendiendo que hay algo que no se sostiene si es impuesto desde afuera.
Esta apertura y humanización -me viene a la mente la frase "capitalismo con rostro humano", disculpen- fue alegre y entusiastamente recibida por mucha gente. Aún hoy cincuenta años después sigue significando mucho. Podríamos pensar que el resultado de esta propuesta tendría que haber sido un nuevo impulso para acercar la religión a la gente. Para que esta Alegría se desparramara y convocara, no ya desde la afiliación a la Iglesia, voluntaria o compulsiva -como tantas veces- sino desde las ganas de participar en la empresa de vivir más evángelicamente.
Cincuenta años después cual es el resultado? Disminución de vocaciones, abandono de la Iglesia por parte de los fieles, decrecimiento de la práctica religiosa. Los más conservadores y restauracionistas dicen que esto se debe a haber aflojado las tuercas, que eso permitió la aparcición de confusiones -litúrgicas, doctrinales- y que esta especie de libertinaje ha dejado el tendal. Que deberíamos volver a lo de siempre. Por otro lado los más liberales sostienen que en realidad esta situación actual de alejamiento del hecho religioso se debe más bien a que el Concilio Vaticano II y los trabajos que le siguieron deberían haber ido más lejos. Que tras un primer momento que generó expecativas y alegría los animos se apagaron por no haber podido avanzar más decididamente.
Debo darles la razón a los más conservadores y restauracionistas. El Concilio probablemente sea responsable en gran parte de estas situaciones. Y probablemente si hubiera ido más lejos el resultado hubiera sido peor.
El Concilio nos abrió la posibilidad de empezar a tomar nuestro crecimiento espiritual en nuestras manos. Orientados por el Magisterio pero no sometidos a éste. Y quiero dejar en claro este punto. Es grande la cantidad de veces que los documentos del Concilio hablan de la libertad para poder decidir lo correcto. Es extremadamente claro cuando dice que el ser humano en cuestiones de fe debe poder hacer una opción LIBRE de coacción. El asentimiento de fe debe ser libre para ser válido. Solamente con esto cambia completamente el sentido de la palabra sometimiento. Ya no es algo impuesto desde afuera, por la ley, la manipulación, la mentira o el interés. Sino que es un libre "entregarse a".
Y esta propuesta de tomar en nuestras manos -que eso quiere decir tomar una decisión sin coacción y libremente: ser responsables- tuvo los resultados que dije antes.
Cincuenta años después, cuando vuelve a soplar el viento de la ortodoxia yo hubiera esperado que esto tuviera un efecto más devastador todavía; que los menos que quedaban se fueran más rapido aún. Pero no. Las vocaciones vuelven a subir. Los "nuevos movimientos" cobran fuerza. Y yo me pregunto donde está el error? No lo hay. Es cierto. Donde aparece el conservadurismo hay un nuevo resurgir de las vocaciones y lentamente los fieles se vuelven a acercar.
Y aquí vino el descubrimiento en la charla con mi amigo:
Queremos ese restauracionismo.
Queremos dogmas fuertes y reglas claras. Queremos saber cuando estamos en falta y cuando no. Queremos saber hasta donde. Y aún cuando esto pueda ser sumamente frustrante, para muchos es preferible al pánico que tenemos a la entrega, al no saber hasta donde tengo que llegar, cuanto es suficiente, que es lo mío para disponer. La invitación evangélica a caminar sobre el agua nos sobrecoge -por lo menos a mi sí- de espanto.
En un mundo en el que no sabemos ni si vamos a volar en pedazos de un día para el otro, o si no vamos a tener que comer pasado mañana, o si nos van a pegar un tiro en la calle para robarnos necesitamos algo claro. No nos pueden decir que tomemos el riesgo de escucharnos. Por eso ganan los reglamentadores y legalistas. Simplemente. La propuesta del Concilio requiere más trabajo, da más miedo y no da certezas escritas en papel. Llegar a certezas requiere mucho más. Y tal vez no estamos dispuestos.
Cuando el Concilio Vaticano decidió "abrir las ventanas" para dejar entrar un poco de aire fresco en la Iglesia, la propuesta tenía que ver con dejar pasar al Espíritu; atreverse a salir un poco de los rígidos marcos legalistas. Hacer una apuesta por escuchar lo que el mundo tiene para decirle a la Iglesia y no solamente lo que ésta tenía para decirle al mundo. Como dijo un amigo es la primera vez que la Iglesia hace una "antropología religiosa". Pone al hombre en el centro. Lo mira y le pregunta queriendo escuchar su propia y libre respuesta. De ahí el lugar que empieza a tomar la libertad y la conciencia. No en el sentido de erigirse en ley propia sino entendiendo que hay algo que no se sostiene si es impuesto desde afuera.
Esta apertura y humanización -me viene a la mente la frase "capitalismo con rostro humano", disculpen- fue alegre y entusiastamente recibida por mucha gente. Aún hoy cincuenta años después sigue significando mucho. Podríamos pensar que el resultado de esta propuesta tendría que haber sido un nuevo impulso para acercar la religión a la gente. Para que esta Alegría se desparramara y convocara, no ya desde la afiliación a la Iglesia, voluntaria o compulsiva -como tantas veces- sino desde las ganas de participar en la empresa de vivir más evángelicamente.
Cincuenta años después cual es el resultado? Disminución de vocaciones, abandono de la Iglesia por parte de los fieles, decrecimiento de la práctica religiosa. Los más conservadores y restauracionistas dicen que esto se debe a haber aflojado las tuercas, que eso permitió la aparcición de confusiones -litúrgicas, doctrinales- y que esta especie de libertinaje ha dejado el tendal. Que deberíamos volver a lo de siempre. Por otro lado los más liberales sostienen que en realidad esta situación actual de alejamiento del hecho religioso se debe más bien a que el Concilio Vaticano II y los trabajos que le siguieron deberían haber ido más lejos. Que tras un primer momento que generó expecativas y alegría los animos se apagaron por no haber podido avanzar más decididamente.
Debo darles la razón a los más conservadores y restauracionistas. El Concilio probablemente sea responsable en gran parte de estas situaciones. Y probablemente si hubiera ido más lejos el resultado hubiera sido peor.
El Concilio nos abrió la posibilidad de empezar a tomar nuestro crecimiento espiritual en nuestras manos. Orientados por el Magisterio pero no sometidos a éste. Y quiero dejar en claro este punto. Es grande la cantidad de veces que los documentos del Concilio hablan de la libertad para poder decidir lo correcto. Es extremadamente claro cuando dice que el ser humano en cuestiones de fe debe poder hacer una opción LIBRE de coacción. El asentimiento de fe debe ser libre para ser válido. Solamente con esto cambia completamente el sentido de la palabra sometimiento. Ya no es algo impuesto desde afuera, por la ley, la manipulación, la mentira o el interés. Sino que es un libre "entregarse a".
Y esta propuesta de tomar en nuestras manos -que eso quiere decir tomar una decisión sin coacción y libremente: ser responsables- tuvo los resultados que dije antes.
Cincuenta años después, cuando vuelve a soplar el viento de la ortodoxia yo hubiera esperado que esto tuviera un efecto más devastador todavía; que los menos que quedaban se fueran más rapido aún. Pero no. Las vocaciones vuelven a subir. Los "nuevos movimientos" cobran fuerza. Y yo me pregunto donde está el error? No lo hay. Es cierto. Donde aparece el conservadurismo hay un nuevo resurgir de las vocaciones y lentamente los fieles se vuelven a acercar.
Y aquí vino el descubrimiento en la charla con mi amigo:
Queremos ese restauracionismo.
Queremos dogmas fuertes y reglas claras. Queremos saber cuando estamos en falta y cuando no. Queremos saber hasta donde. Y aún cuando esto pueda ser sumamente frustrante, para muchos es preferible al pánico que tenemos a la entrega, al no saber hasta donde tengo que llegar, cuanto es suficiente, que es lo mío para disponer. La invitación evangélica a caminar sobre el agua nos sobrecoge -por lo menos a mi sí- de espanto.
En un mundo en el que no sabemos ni si vamos a volar en pedazos de un día para el otro, o si no vamos a tener que comer pasado mañana, o si nos van a pegar un tiro en la calle para robarnos necesitamos algo claro. No nos pueden decir que tomemos el riesgo de escucharnos. Por eso ganan los reglamentadores y legalistas. Simplemente. La propuesta del Concilio requiere más trabajo, da más miedo y no da certezas escritas en papel. Llegar a certezas requiere mucho más. Y tal vez no estamos dispuestos.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Leyendo las noticias acerca de Irlanda, su rescate y los ajustes y recortes presupuestarios que tiene por delante. Y su correlato previo en Grecia y próximo en Portugal y tal vez España. Yo me pregunto como es que la mayoría de la gente no vio la trampa que les estaban tendiendo.
Pensaron acaso que esto no les iba a pasar a ellos? Tan primer mundo?
Lo mismo pasó con Argentina en el 2001.
un ciclo casi ingenuamente obvio sino fuera por lo perverso.
Endulzar. Someter. Apretar. Romper. Simular rescatar. A partir de ahí el "ciclo" se reproduce, pero como ya está armada la dependencia la parte del endulce es dejada de lado. A partir de ahora será:
seguir sometiendo. seguir apretando. seguir rompiendo. seguir simulando rescates.
Para apropiarse cada vez más. De qué? En principio de lo material -las propiedades, los campos, las granjas- después de la misma vida de la gente.
Es un engaño. Una trampa mortal. Mortal porque se queda con la vida. De maneras brutales -como en la guerra y en las drogas- o sutiles y perversas -disponer realmente de nuestro tiempo a los 67 años-
Transforma a las personas en esclavos. Buscan pleitesía y lo logran solamente dando a cambio migajas que a través de la maquinaria publicitaria se hacen ver como verdadero oro.
Solo pueden hacer esto porque mayoritariamente no nos damos cuenta. No cuestionamos y si lo hacemos muchas veces en realidad estamos cayendo en otro de los lugares de la trampa. El de la oposición. La verdadera grieta de la trampa no es la oposición. Es la trascendencia. El buscar lo que está más allá. La oposición se nutre de los mismos recursos que la trampa. Por eso es la trampa. La trascendencia habla otro lenguaje y se nutre de cosas que la trampa no provee. Por eso es su grieta más temida. La trampa nos esclaviza. La trascendencia nos hace libres.
Pensaron acaso que esto no les iba a pasar a ellos? Tan primer mundo?
Lo mismo pasó con Argentina en el 2001.
un ciclo casi ingenuamente obvio sino fuera por lo perverso.
Endulzar. Someter. Apretar. Romper. Simular rescatar. A partir de ahí el "ciclo" se reproduce, pero como ya está armada la dependencia la parte del endulce es dejada de lado. A partir de ahora será:
seguir sometiendo. seguir apretando. seguir rompiendo. seguir simulando rescates.
Para apropiarse cada vez más. De qué? En principio de lo material -las propiedades, los campos, las granjas- después de la misma vida de la gente.
Es un engaño. Una trampa mortal. Mortal porque se queda con la vida. De maneras brutales -como en la guerra y en las drogas- o sutiles y perversas -disponer realmente de nuestro tiempo a los 67 años-
Transforma a las personas en esclavos. Buscan pleitesía y lo logran solamente dando a cambio migajas que a través de la maquinaria publicitaria se hacen ver como verdadero oro.
Solo pueden hacer esto porque mayoritariamente no nos damos cuenta. No cuestionamos y si lo hacemos muchas veces en realidad estamos cayendo en otro de los lugares de la trampa. El de la oposición. La verdadera grieta de la trampa no es la oposición. Es la trascendencia. El buscar lo que está más allá. La oposición se nutre de los mismos recursos que la trampa. Por eso es la trampa. La trascendencia habla otro lenguaje y se nutre de cosas que la trampa no provee. Por eso es su grieta más temida. La trampa nos esclaviza. La trascendencia nos hace libres.
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