En el interior de todo ser humano existe un anhelo. Somos nuestro deseo. El deseo se manifiesta de diversas formas, pero aún cuando alguna de sus manifestaciónes arrastre al individuo a oscuras zonas de la experiencia humana, siempre es un motor. Es, de hecho, el único motor. La sed o el anhelo, es siempre en última instancia la sed por lo trascendente. La necesidad de éxtasis, que en su etimología quiere decir "ser sacado se sí" es una de las necesidades emocionales y espirituales del ser humano. Los únicos que no tienen esa necesidad de éxtasis son los bebés. Ellos, al no tener dividido al mundo entre éste y ellos mismos, habitan desde si mismos el todo. Todo es ellos, por lo tanto no tiene sentido el concepto de "ser sacado de sí". Pero en la medida que crecemos nos parapetamos en la autoafirmación. Primero desde una autoafirmación que en realidad no es propia, sino impuesta por las reglas familiares, sociales y religiosas; luego lo hacemos desde una autoafirmación basada en nuestros propios hallazgos y deducciones, que si bien tienen la validez de haber sido adquiridas desde la experiencia, también por ser la experiencia algo que pertenece al pasado, muchas veces ésta es incapaz de aprehender el presente, que la excede por ser siempre nuevo. La autoafirmación es sustento de nuestra forma, es parte de lo que nos permite ser y ser individualmente, pero a su vez, también es frontera frente al resto de la realidad y límite a nuestro crecimiento. En su dimensión de limite, la autoafirmación lleva en sí el anhelo extático, da luz a la necesidad de salir fuera de si, a la búsqueda de la trascendencia. Las tradiciones religiosas han buscado responder a ese anhelo. Son temas recurrentes en ellas la sed, el deseo, la falta, el peregrinar. De alguna manera ponen al ser humano en relación con su propio "todavía no". Pero aunque los maestros en primera persona, o según lo que los narradores que tuvieron experiencia de ellos, hablan de esto, el tiempo permite la conformación de una superestructura que pretende sistematizar la experiencia, tal vez en un afán de hacerla asequible al resto. Si las tradiciones religiosas no dan la experiencia, esto se debe a dos razones. La primera que existe una confusión entre lo que significa éxtasis en cuanto a salir fuera de si mismo, uno de cuyos sentidos podría ser incluso salir hacia el otro, y salir de la percepción sensorial habitual para tener otras sensaciones. Y la otra es que la misma superestructura religiosa no permite, o aparenta no hacerlo, la libertad de movimientos necesarias para hacer lugar al meandroso devenir de la experiencia espiritual. Pero como la necesidad de éxtasis está allí y la sed no se calma, el hombre sale a buscarla donde y como pueda. Condenar sistematicamente a los sucedáneos de la experiencia espiritual, en vez de poner la luz en la propia falta de capacidad de las tradiciones religiosas de poner en contacto al ser humano con su propia sed, es un camino destinado a fracasar. Despertar la sed, y animar a otros a saciarse es lo único posible.
martes, 1 de noviembre de 2011
viernes, 25 de marzo de 2011
La Ley es el fallo del amor.
El amor no tiene garantías.
El escándalo no es fruto del amor
La Ley es el miedo al amor
El amor es la ley del Espíritu
El Cristo es la Palabra de Dios dicha al hombre.
El Cristo es la regla de medida de las cosas
El Espíritu da la Vida a la Palabra
El Espíritu habla al corazón
La Palabra lo transforma
La Palabra divide y no divide
El Espíritu une
La Palabra no busca la razón
El Espíritu la ennoblece
Le quita su ansia de dominio
El espíritu conoce al Espíritu
La razón no conoce la Palabra
La Palabra por el Espíritu
es lo Posible
El amor no tiene garantías.
El escándalo no es fruto del amor
La Ley es el miedo al amor
El amor es la ley del Espíritu
El Cristo es la Palabra de Dios dicha al hombre.
El Cristo es la regla de medida de las cosas
El Espíritu da la Vida a la Palabra
El Espíritu habla al corazón
La Palabra lo transforma
La Palabra divide y no divide
El Espíritu une
La Palabra no busca la razón
El Espíritu la ennoblece
Le quita su ansia de dominio
El espíritu conoce al Espíritu
La razón no conoce la Palabra
La Palabra por el Espíritu
es lo Posible
jueves, 10 de marzo de 2011
Pablo Sebastián
Miércoles de Cenizas. Conviértete y cree en el Evangelio.
No era el templo habitual al que concurro. Sin embargo, había ido un par de veces lo que me permitía ver que la concurrencia era más nutrida que lo habitual. Probablemente el doble de gente que los domingos. Luego de la homilía, cuando llegó el momento de la imposición de las cenizas, me llamó la atención que era la primera vez que tuve registro de ver toda la asamblea yendo hacia el altar. Nadie quedó afuera. Las cenizas eran para todos.
Unos minutos antes del saludo de la paz, alguien entró a la iglesia y se paró en el banco delante mío. Un indigente que estaba en un estado deplorable. Comenzo a vivar al sacerdote, no estoy muy seguro si sabía donde se encontraba ni si sabía el nombre del celebrante pero gritaba "Luis, Luis!!". Esto me produjo una sensación bastante extraña porque Luis es mi nombre. En el saludo de la paz le tomé las manos y lo miré. Balbuceó algo como que se drogaba y que había pasado por muchas cosas en la vida. La incomodidad de la feligresía circundante era notable.
Cuando llego el momento de comulgar me pregunté si debía ir con él al altar a comulgar. Invitarlo. Sería apropiado? Seguramente no se había confesado. Riesgo de sacrilegio? Que dicen las normativas en estos casos? Tomé la resolución de ir a buscarlo y acercarnos juntos al altar. Al principio me miró con desconfianza. Me dijo que yo era malo y no entendía si yo lo estaba provocando. Pero accedió y allí fuimos. Supuse que el sacerdote tendría que resolver la cuestión y no sabía cual sería el resultado. Finalmente nos dio la Comunión a los dos. Nos retiramos y nos abrazamos. Yo lloraba. Lloré hasta terminar la Misa, no pude parar. Y el aluvión de pensamientos y sensaciones, la imposibilidad completa de significar lo que acababa de ocurrir me superó. Todavía lo hace.
La homilía hablaba de no ostentar y recogerse en lo secreto frente al Señor. No desfigurar la cara para mostrar el ayuno. No estoy seguro de que hice yo. Me sentí impulsado a abrazarlo y llorar en su hombro. Me pregunté que me diferenciaba de él en el corazón. Tal vez él es un posible futuro mío? Seguramente parte de su estado se deba a malas decisiones propias. El es victima? Victimario de si mismo? Es relevante todo esto? Era relevante que no se hubiera confesado? La Comunión es para todos? Especialmente para los más heridos me pareció en ese momento.
No somos todos heridos? Este hombre -me costó entender que atrás de los ojos cerrados y casi tuerto, atrás del mal olor y la suciedad y los dientes rotos había un hombre- no era igual a mi?
Mi contacto con él tal vez solo fue tangencial. Quizás una vez más el dio y yo recibí. Pablo Sebastián es su nombre. No se donde pasó la noche.
No era el templo habitual al que concurro. Sin embargo, había ido un par de veces lo que me permitía ver que la concurrencia era más nutrida que lo habitual. Probablemente el doble de gente que los domingos. Luego de la homilía, cuando llegó el momento de la imposición de las cenizas, me llamó la atención que era la primera vez que tuve registro de ver toda la asamblea yendo hacia el altar. Nadie quedó afuera. Las cenizas eran para todos.
Unos minutos antes del saludo de la paz, alguien entró a la iglesia y se paró en el banco delante mío. Un indigente que estaba en un estado deplorable. Comenzo a vivar al sacerdote, no estoy muy seguro si sabía donde se encontraba ni si sabía el nombre del celebrante pero gritaba "Luis, Luis!!". Esto me produjo una sensación bastante extraña porque Luis es mi nombre. En el saludo de la paz le tomé las manos y lo miré. Balbuceó algo como que se drogaba y que había pasado por muchas cosas en la vida. La incomodidad de la feligresía circundante era notable.
Cuando llego el momento de comulgar me pregunté si debía ir con él al altar a comulgar. Invitarlo. Sería apropiado? Seguramente no se había confesado. Riesgo de sacrilegio? Que dicen las normativas en estos casos? Tomé la resolución de ir a buscarlo y acercarnos juntos al altar. Al principio me miró con desconfianza. Me dijo que yo era malo y no entendía si yo lo estaba provocando. Pero accedió y allí fuimos. Supuse que el sacerdote tendría que resolver la cuestión y no sabía cual sería el resultado. Finalmente nos dio la Comunión a los dos. Nos retiramos y nos abrazamos. Yo lloraba. Lloré hasta terminar la Misa, no pude parar. Y el aluvión de pensamientos y sensaciones, la imposibilidad completa de significar lo que acababa de ocurrir me superó. Todavía lo hace.
La homilía hablaba de no ostentar y recogerse en lo secreto frente al Señor. No desfigurar la cara para mostrar el ayuno. No estoy seguro de que hice yo. Me sentí impulsado a abrazarlo y llorar en su hombro. Me pregunté que me diferenciaba de él en el corazón. Tal vez él es un posible futuro mío? Seguramente parte de su estado se deba a malas decisiones propias. El es victima? Victimario de si mismo? Es relevante todo esto? Era relevante que no se hubiera confesado? La Comunión es para todos? Especialmente para los más heridos me pareció en ese momento.
No somos todos heridos? Este hombre -me costó entender que atrás de los ojos cerrados y casi tuerto, atrás del mal olor y la suciedad y los dientes rotos había un hombre- no era igual a mi?
Mi contacto con él tal vez solo fue tangencial. Quizás una vez más el dio y yo recibí. Pablo Sebastián es su nombre. No se donde pasó la noche.
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