En una charla amena ayer con un amigo estábamos hablando del éxito que tienen las iglesias evangélicas en el mundo. Aún las que tienen propuestas abiertamente sectarias y que logran de sus fieles una sumisión y entrega considerable. En ese momento comprendí algo en lo que vengo dando vueltas hace un tiempo y que tiene que ver con la aparente restauración que está apareciendo en la Iglesia y sus resultados.
Cuando el Concilio Vaticano decidió "abrir las ventanas" para dejar entrar un poco de aire fresco en la Iglesia, la propuesta tenía que ver con dejar pasar al Espíritu; atreverse a salir un poco de los rígidos marcos legalistas. Hacer una apuesta por escuchar lo que el mundo tiene para decirle a la Iglesia y no solamente lo que ésta tenía para decirle al mundo. Como dijo un amigo es la primera vez que la Iglesia hace una "antropología religiosa". Pone al hombre en el centro. Lo mira y le pregunta queriendo escuchar su propia y libre respuesta. De ahí el lugar que empieza a tomar la libertad y la conciencia. No en el sentido de erigirse en ley propia sino entendiendo que hay algo que no se sostiene si es impuesto desde afuera.
Esta apertura y humanización -me viene a la mente la frase "capitalismo con rostro humano", disculpen- fue alegre y entusiastamente recibida por mucha gente. Aún hoy cincuenta años después sigue significando mucho. Podríamos pensar que el resultado de esta propuesta tendría que haber sido un nuevo impulso para acercar la religión a la gente. Para que esta Alegría se desparramara y convocara, no ya desde la afiliación a la Iglesia, voluntaria o compulsiva -como tantas veces- sino desde las ganas de participar en la empresa de vivir más evángelicamente.
Cincuenta años después cual es el resultado? Disminución de vocaciones, abandono de la Iglesia por parte de los fieles, decrecimiento de la práctica religiosa. Los más conservadores y restauracionistas dicen que esto se debe a haber aflojado las tuercas, que eso permitió la aparcición de confusiones -litúrgicas, doctrinales- y que esta especie de libertinaje ha dejado el tendal. Que deberíamos volver a lo de siempre. Por otro lado los más liberales sostienen que en realidad esta situación actual de alejamiento del hecho religioso se debe más bien a que el Concilio Vaticano II y los trabajos que le siguieron deberían haber ido más lejos. Que tras un primer momento que generó expecativas y alegría los animos se apagaron por no haber podido avanzar más decididamente.
Debo darles la razón a los más conservadores y restauracionistas. El Concilio probablemente sea responsable en gran parte de estas situaciones. Y probablemente si hubiera ido más lejos el resultado hubiera sido peor.
El Concilio nos abrió la posibilidad de empezar a tomar nuestro crecimiento espiritual en nuestras manos. Orientados por el Magisterio pero no sometidos a éste. Y quiero dejar en claro este punto. Es grande la cantidad de veces que los documentos del Concilio hablan de la libertad para poder decidir lo correcto. Es extremadamente claro cuando dice que el ser humano en cuestiones de fe debe poder hacer una opción LIBRE de coacción. El asentimiento de fe debe ser libre para ser válido. Solamente con esto cambia completamente el sentido de la palabra sometimiento. Ya no es algo impuesto desde afuera, por la ley, la manipulación, la mentira o el interés. Sino que es un libre "entregarse a".
Y esta propuesta de tomar en nuestras manos -que eso quiere decir tomar una decisión sin coacción y libremente: ser responsables- tuvo los resultados que dije antes.
Cincuenta años después, cuando vuelve a soplar el viento de la ortodoxia yo hubiera esperado que esto tuviera un efecto más devastador todavía; que los menos que quedaban se fueran más rapido aún. Pero no. Las vocaciones vuelven a subir. Los "nuevos movimientos" cobran fuerza. Y yo me pregunto donde está el error? No lo hay. Es cierto. Donde aparece el conservadurismo hay un nuevo resurgir de las vocaciones y lentamente los fieles se vuelven a acercar.
Y aquí vino el descubrimiento en la charla con mi amigo:
Queremos ese restauracionismo.
Queremos dogmas fuertes y reglas claras. Queremos saber cuando estamos en falta y cuando no. Queremos saber hasta donde. Y aún cuando esto pueda ser sumamente frustrante, para muchos es preferible al pánico que tenemos a la entrega, al no saber hasta donde tengo que llegar, cuanto es suficiente, que es lo mío para disponer. La invitación evangélica a caminar sobre el agua nos sobrecoge -por lo menos a mi sí- de espanto.
En un mundo en el que no sabemos ni si vamos a volar en pedazos de un día para el otro, o si no vamos a tener que comer pasado mañana, o si nos van a pegar un tiro en la calle para robarnos necesitamos algo claro. No nos pueden decir que tomemos el riesgo de escucharnos. Por eso ganan los reglamentadores y legalistas. Simplemente. La propuesta del Concilio requiere más trabajo, da más miedo y no da certezas escritas en papel. Llegar a certezas requiere mucho más. Y tal vez no estamos dispuestos.
sábado, 18 de diciembre de 2010
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